El hombre que quiso llevar a Perón a Cuba
Fue el primer delegado del General en el exilio y el único al que éste designó como sucesor en caso de muerte. Pero luego se distanciaron. Su trayectoria permite anticipar el encadenamiento de hechos que llevó a una generación a optar por la vía armada
Este 19 de septiembre se cumplen 50 años del fallecimiento de John William Cooke, cuya breve pero singular vida incluye el haber sido nombrado heredero por Perón "en caso de muerte".
Como
muchos otros cuadros peronistas, Cooke debió pasar de la acción
política pública a la clandestinidad a partir del golpe de Estado en
1955 y de la proscripción del peronismo. Fue encarcelado, se fugó, tomó contacto con Perón en el exilio y fue su delegado por varios años.
Su fascinación por la Revolución Cubana lo fue alejando progresivamente
del dispositivo de Perón. En 1968, un cáncer de pulmón se lo llevó
prematuramente cuando apenas tenía 49 años. Tras su
muerte, sus libros siguieron inspirando, para bien y para mal, a las
organizaciones revolucionarias surgidas dentro del peronismo.
John
William Cooke nació en La Plata el 14 de noviembre de 1919. Su familia
era de origen irlandés. Su padre, Juan Isaac Cooke, había sido diputado
radical y se había sumado al gobierno de Edelmiro Farrell en el área
diplomática.
Cooke
militó en la Universidad donde se recibió de abogado. Fue bautizado
como "Bebe" cuando a los 27 años se convirtió en el diputado más joven
de la bancada peronista de 1946 a 1952, durante el primer período
presidencial de Juan Domingo Perón. Cumplido su mandato de diputado, se
dedica a su profesión, la abogacía, y a la docencia. En 1954, lanza una
revista, "De Frente", en la cual inicia la que será una de sus
principales actividades: escribir.
Pero en Cooke el intelectual convivía con el hombre de acción.
Cuando la Marina bombardea la Plaza de Mayo en junio de 1955, en un
primer intento de derrocamiento de Perón, dejando cientos de víctimas
civiles, el Bebe corre arma en mano a defender el gobierno. Perón lo nombra interventor del Partido Justicialista de la Capital Federal
para reorganizarlo y sobre todo sacar a sus referentes del letargo en
que estaban cayendo. Pero a los pocos meses se produce el golpe de
septiembre del 55, que derroca a Perón y se autodenomina pomposamente
Revolución Libertadora.
Cuando Perón está en el exilio en Paraguay, Cooke será uno de los primeros dirigentes en ponerse a las órdenes del general. Organiza entonces el primer Comando Nacional de la Resistencia, junto con César Marcos y Raúl Lagomarsino.
Son justamente los cuadros de segunda línea los que toman el relevo de
la conducción peronista en la clandestinidad a la que se ve forzado el
movimiento por la persecución y proscripción de que es objeto. Como
admitía el propio Perón, los más veteranos estaban algo apoltronados:
"Mis dirigentes estaban demasiado adocenados para ser eficaces".
Pero a los pocos días, en octubre de 1955, Cooke es arrestado y encarcelado en la ya desaparecida Penitenciaría de la avenida Las Heras.
Durante un año y medio, será "paseado" por diferentes cárceles del país
-Ushuaia, Río Gallegos, Caseros en la Capital, de nuevo la
Penitenciaría, de nuevo Ushuaia y finalmente Río Gallegos -el periplo
incluyó un simulacro de fusilamiento-; de esta última cárcel se fuga a
Chile, en marzo de 1957, con un grupo de dirigentes peronistas.
Seguí leyendo: Una fuga espectacular y una casa "visitada" por la CIA
En caso de mi fallecimiento, en él delego el mando (Perón)
Desde mediados de junio del 56, Cooke y Perón habían logrado establecer contacto epistolar, uno desde la cárcel, el otro en el exilio.
Estando en Caracas, el 2 de noviembre de 1956, Perón
redacta un documento mediante el cual por única vez en toda su
trayectoria política designa no sólo un delegado sino un sucesor.
El documento, autoriza al "Compañero Doctor John William Cooke (…)
actualmente preso por ser fiel a su causa y a nuestro Movimiento" a
asumir la representación de Juan Domingo Perón en toda su acción
política. Cooke queda así investido de la autoridad delegada por
Perón ante "la totalidad de las fuerzas peronistas organizadas en el
país y en el exterior". Pero lo más contundente del documento es la frase: "En caso de mi fallecimiento, en él delego el mando".
No era una frase "de forma". Perón estaba en riesgo cierto de muerte, al escribir esto. De hecho, poco después, en marzo de 1957, una bomba hizo volar el auto en el que debía desplazarse. Perón se salvó de milagro.
Unos meses más tarde, en marzo de 1957, Perón le explica su decisión a Alejandro Leloir,
último presidente del PJ, en estos términos sumamento elogiosos hacia
el "Bebe": "El doctor Cooke fue el único dirigente que se conectó a mi y
el único que tomó abiertamente una posición de absoluta intransigencia.
(…) En los primeros días del año 1956, perdidos todos los contactos con
los dirigentes de la Patria, mientras estaba exiliado en Panamá,
establecí conexiones y enlace con el doctor John W. Cooke (…) Fue por su intermedio que pude vivir la situación y hacer llegar mi palabra a los compañeros de todo el país".
Tras
la fuga, Cooke permanece en Chile desde donde establece una
correspondencia regular con Perón y lo visita en diciembre de 1957 en
Caracas. Es allí que tienen lugar las negociaciones que llevarán a la firma del pacto Perón Frondizi,
por el cual el general ordena a sus bases votar la fórmula de esta
corriente radical disidente a cambio de la promesa de que, una vez en la
presidencia, Arturo Frondizi levantaría la proscripción del peronismo y
de su líder.
John
William Cooke fue uno de los negociadores y firmantes del pacto. A
comienzos de 1958, se muda a Montevideo para estar más cerca del
escenario de los acontecimientos y seguir de cerca este proceso. No
podía volver a la Argentina ya que desde su fuga estaba proscripto. El
23 de febrero triunfa la fórmula Frondizi-Gómez.
El
fracaso del pacto y las desinteligencias al interior del peronismo, que
Cooke no logra controlar, lo van desgastando. En enero de 1959, el
conflicto de los trabajadores del frigorífico Lisandro de la Torre es
visto por Cooke como la chispa que podría desatar una huelga general
revolucionaria y la posibilidad de la toma del poder, incumplidas ya las
promesas de Frondizi.
Perón que, como puede verse en la correspondencia que intercambia con Cooke, parece por momentos creer en la posibilidad de una insurrección generalizada, no lo ve posible en esta coyuntura. Cooke dejará de ser su delegado y habrá un distanciamiento pero nunca una ruptura pública entre ellos.
Sin embargo, lo que definitivamente marca la bifurcación de sus caminos es el viaje de Cooke a Cuba, en abril de 1960,
cuando acaba de triunfar la Revolución castrista, y adhiere a este
proceso. En 1961, él y su esposa, Alicia Eguren, combatirán como
milicianos en Bahia de Cochinos contra los anticastristas que intentan
derrocar al nuevo régimen.
Esta opción cubana alejará definitivamente a Cooke del dispositivo de conducción de Perón.
Sin embargo, él seguirá definiéndose como peronista y en sus ensayos defiende el carácter revolucionario del Movimiento.
Esa definición no impide que algunos consideren necesario ponerle aditamientos al nombre, y así Cooke se enrola en la corriente del llamado "peronismo revolucionario# del que será el principal ideólogo.
En
los años inmediatamente posteriores al golpe contra Perón, Cooke había
creído en la inminencia de una insurrección popular y generalizada en la
Argentina que habilitaría el regreso de Perón. También el General
parece pensarlo así por momentos según se desprende de la
correspondencia intercambiada entre 1956 y 1960. Pero cuando esas
esperanzas se frustran, Cooke no se muestra dispuesto a seguir
el consejo de Perón ("desensillar hasta que aclare") y se deja seducir
por el modelo de la Revolución Cubana y la opción de la lucha armada.
Para
Perón, entre sangre y tiempo, no había duda. No promovía la lucha
armada como vía para acelerar aquello que debía lograrse con
organización. No creía que la realidad fuese una materia que el hombre
podía moldear por la sola acción de su voluntad. Para él, existía, un
destino, una evolución, una historia en la cual actuar y a la cual
adaptarse, buscando los mejores instrumentos para protagonizarla. Pero
había momentos en que esa historia marcaba la necesidad de un
renunciamiento o de una pausa. "El tiempo todavía trabaja para nosotros. ¿A qué entonces querer remplazar al tiempo con una aventura?" le había escrito una vez a Cooke.
Cooke, en
su entusiasmo por la Revolución Cubana, en la que veía la confirmación
de que la vía insurreccional era posible, intenta convencer a Perón de
la conveniencia de instalarse en La Habana. Durante su exilio,
el líder peronista mantuvo interlocución con muchos países, incluida la
URSS. Pero la diferencia entre hablar y ser integrado a un sistema
pasaba, entre otras cosas, por no aceptar la intermediación de Cuba en
esa relación.
Perón intentó siempre, en la medida de sus posibilidades, limitadas por su situación y por ser la Argentina un país periférico, no quedar atrapado en la dinámica de la Guerra Fría; la misma que había convertido a Cuba en la cara simpática, potable, del imperialismo soviético.
No había sido fácil para el presidente exiliado encontrar una tierra de asilo. Su presencia en cualquier país de América Latina era problemática para cualquier el gobierno, por buena voluntad que éste tuviese. Sin mencionar el riesgo para el propio Perón.
España,
en ese sentido, fue el sitio ideal. El aislamiento relativo en que se
encontraba el régimen franquista, en cierto modo una excepción en el
continente, lo dejaba en cierto modo al margen de los dos grandes
bloques que se dividían al mundo.
En Cuba, Perón habría estado "seguro", pero nunca hubiera regresado a la Argentina.
El dispositivo político amplio, tanto en lo interno como en lo
internacional, que el general exiliado fue desplegando y que finalmente
lo convirtió en la única alternativa al callejón sin salida en que se
hallaba el régimen argentino de facto, Perón jamás hubiera podido
articularlo desde La Habana.
En
los tiempos de la Guerra Fría, un viaje a cualquier país comunista era
un verdadero estigma. La variopinta corriente de visitas que Perón
recibía en Puerta de Hierro hubiera sido imposible.
Jorge
Rulli, uno de los fundadores de la Juventud Peronista en la
Resistencia, fue otro de los portadores de la invitación del cubanos a
Perón. Durante una visita a Perón en Madrid, le reitera que Fidel Castro lo esperaba en La Habana. Rulli dice que no compartía la idea pero que, por compromiso, transmitió el mensaje.
"Perón me dice: '¿Qué puedo hacer yo en La Habana?'
– Nada, le digo, quedar aislado.
-Justamente, también Mao me ofreció una casa en China. ¿Y qué voy a hacer yo en China?
. Nada, le respondí
– Aquí lo tengo a Franco, que me trata como turista cuando entro y salgo, pero tengo teléfono y telex. Me controlan, pero ya conozco a los que me vigilan, sé lo que debo hacer".
"(Miguel) Bonasso -dijo Rulli a Infobae- le reprocha que haya elegido a Franco antes que a Castro… no entiende nada. Si Perón se iba a Pekín o a La Habana, no se hubiera dado su regreso al país".
En 1967, John William Cooke caracterizó en estos términos al líder exiliado: "Perón es el máximo valor de la política democrático burguesa en Argentina, un premarxista
que por inteligencia o conocimientos generales sigue la evolución que
toma la Historia y simpatiza con las fuerzas que representan el futuro,
lo cual no significa que sea en este momento el destinado a trazar una
política revolucionaria…."
Un párrafo que sintetiza la evolución del pensamiento de Cooke. Perón no era pre-marxista; su pensamiento siempre corrió paralelo al marxismo. Su filosofía buscaba superarlo. A diferencia de Cooke, No lo consideraba la solución apropiada a los abusos del capitalismo.
En El exilio de Perón (Sudamericana, 2017), un libro que compila diferentes trabajos sobre el tema, uno de los autores, Mariano Ben Plotkin
dice que antiliberalismo y anticomunismo se combinaban en el
pensamiento de Perón. Para Perón, dice, "rusos y norteamericanos, en el
fondo, estaban de acuerdo en 1965, tal como lo habían estado en Yalta
cuando se repartieron el mundo".
La Tercera Posición de Perón no era sólo geopolítica; también era ideológica. Cooke no lo entendía así,
evidentemente. Sus ensayos y su posicionamiento influyeron en una
generación que vio en la vía cubana el camino para superar los años de
proscripción de las mayorías y la larga sucesión de gobierno de facto y
pseudo democráticos de dudosa legalidad. Para Perón esas corrientes eran
sólo un ala de un dispositivo más amplio y no la opción hacia la cual encaminará al movimiento.
Cooke, en cambio, tal como lo explica Norbeto Galasso, uno de sus biógrafos, "al igual que El Che, sostiene (que) la violencia es un elemento natural en los procesos revolucionarios
y que la lucha armada es inevitable cuando las minorías reaccionarias
cierran el camino electoral". "Sin embargo -matiza Galasso-, siempre
cuida de formular críticas al voluntarismo y al vanguardismo que puede
llevar a la derrota".
Cooke
murió en 1968, mucho antes de que estas divergencias tuvieron una
trágica derivación; no sabemos cuál habría sido su posicionamiento en
los 70 en especial, en el momento de la ruptura de las organizaciones
guerrilleras con Perón.
De cualquier manera, los valores que lo hicieron depositario de la confianza de Perón son innegables: sus divergencias fueron político-ideológicas, pero Cooke fue un dirigente honesto, consecuente y un cuadro completo, de pensamiento y acción.
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