Días de frivolidad y demagogia Joaquín Morales Solá






Días de frivolidad y demagogia










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29 de abril de 2018  
Sucedió la peor semana que haya vivido el programa económico y el gobierno de Mauricio Macri . ¿Solo el programa económico? ¿Nadie más que el Gobierno? Si esas dos cosas no incluyeran el destino del país, podría explicarse la frivolidad política de gran parte de la dirigencia nacional. El problema es que incluye no solo el destino, sino también el presente de los argentinos. Es cierto que hubo algunos cambios en la economía internacional, como la suba de las tasas de interés en los Estados Unidos y el consiguiente fortalecimiento del dólar. Pero la tasa de interés norteamericana llegó a ofrecer solo el tres por ciento para los bonos a diez años.
Tal novedad no puede justificar, por sí sola, que la Argentina se haya visto obligada a volcar en el mercado más de 3700 millones de dólares en tres días de furia para mantener el valor del peso frente a la moneda norteamericana. Otros países emergentes se vieron obligados a devaluar, es cierto, pero ninguno fue sacudido fuertemente por una tempestad cambiaria parecida a la de aquí.
El conflicto es también político. El cambio externo sorprendió a Mauricio Macri con el nivel más bajo de aceptación desde julio del año pasado. Tiene un 45 por ciento de aceptación y un 55 de rechazo. La inflación incesante (que se siente más aún en los productos de consumo cotidianos, como alimentos y artículos de limpieza) y los aumentos de tarifas caldearon el clima social. Sin embargo, el escándalo es prematuro en ciertos casos, porque algunos aumentos, como el del gas, ni siquiera llegaron. Buena parte del peronismo reaccionó como reacciona cada vez que lo ve débil a Macri: borra sus muchas diferencias internas, se abroquela en posiciones demagógicas y avanza sin detenerse en cuánto daño hace. Se terminó el kirchnerismo y el antikirchnerismo, el massismo y el pejotismo, aunque sea solo por un instante, si eso le sirve para reinstalarse como opción política y electora.
Después de julio del año pasado, Macri reconstruyó su liderazgo y ganó ampliamente una elección nacional. ¿Lo volverá a hacer ahora? Es una pregunta que solo tendrá respuesta con la evolución de la política en los próximos meses. El peronismo, de todos modos, sabe que la alternativa a Macri es el peronismo. Una reservada encuesta reciente volvió a poner a Sergio Massa en el lugar del contrincante más importante frente a Macri en una eventual elección presidencial. No es casual, entonces, que haya sido Massa quien espoleó las sesiones especiales por las tarifas y que sea el autor, ahora, del proyecto que se trataría en la Cámara de Diputados. Como cuando presentó su propuesta sobre el impuesto a las ganancias, a fines de 2016, Massa volvió a rodearse del kirchnerismo parlamentario para darle fuerza a su posición. El antiguo alcalde de Tigre tiene estómago para todo.
El ministro de Finanzas, Luis Caputo, viene observando cierto desgano en los prestamistas internacionales, que son, en última instancia, los que financian el gradualismo. El temor de Macri es que el crédito se corte por los mensajes que envía la política argentina. El Presidente suele decir que lo que importa es lo que hacemos los argentinos, porque no podemos hacer nada para cambiar lo que ocurre afuera. Es el propio Macri, entonces, el que sostiene que influyeron más los espectáculos de la política interna que los estremecimientos de la economía internacional. En ese contexto, el peronismo se aferró aquí a una fórmula incomprensible: las tarifas deben ser "pagables", dijo. ¿Dónde está el pagómetro que decidirá cuánto pagará cada uno? El aumento en las tarifas estaba incluido en el presupuesto de este año que aprobó el Congreso. ¿De qué otra manera se bajarían los subsidios a los servicios públicos, como prevé el presupuesto? ¿O, acaso, las tarifas eran "pagables" cuando el presupuesto pasó por el Congreso y ahora no lo son?
El proyecto de Massa y el kirchnerismo (también se anotó el resto del peronismo) incluye la cláusula de que el porcentaje de aumento de tarifas será igual al aumento de los salarios. Pero las tarifas son solo una parte del salario que se puede compensar con el ahorro de energía. Es lo que se hace en casi todos los países del mundo (en los serios, al menos). Otra cláusula de ese proyecto ordena una importante disminución del IVA a las tarifas de los servicios públicos. La mitad del IVA es coparticipable con las provincias y son los representantes de los gobernadores los que firmaron esa sentencia. Ningún gobernador lamentó la decisión, nadie pidió un regreso al realismo. Es evidente que los gobernadores prefieren que sea solo Macri el que pague el costo político de vetar ese proyecto, si fuera aprobado por las dos cámaras del Congreso.
Si los aumentos de tarifas fueran similares a los de los salarios y, encima, se bajara la carga del IVA, el déficit fiscal crecería exponencialmente. ¿De dónde se sacarían los recursos para compensar esas pérdidas? ¿O la dirigencia opositora está proponiendo un mayor endeudamiento del país? Si crece el déficit y no quieren más endeudamiento, la única solución que les queda es llamarla a Cristina Kirchner para que reponga la política de emisión monetaria sin respaldo. Venezuela hizo eso durante muchos años y lo que hay ahora ahí es mucho más que una crisis política y económica: es una crisis humanitaria.
Los vaivenes del dólar no le hacen bien al Gobierno. La sociedad argentina suele evaluar la política económica por la estabilidad del dólar más que por la inflación. La Argentina vive de hecho un sistema bimonetario, del que no se fue desde los tiempos de Cavallo. En efecto, la escalada aquí de la moneda norteamericana tiene algunas razones, pocas, en el escenario internacional. Influyó mucho más la política argentina. Culparlo ahora a Federico Sturzenegger de las convulsiones cambiarias es culpar al bombero del incendio. Al contrario, el propio gobierno debió cuidar más al presidente del Banco Central y no obligarlo, por ejemplo, a participar de una conferencia de prensa junto a altos funcionarios en la Casa de Gobierno, en diciembre pasado, para anunciar un cambio en las metas de inflación. Se supone que el Banco Central es independiente del Ejecutivo.
¿Habría sucedido el escándalo opositor si antes no se hubieran sublevado los propios aliados del Gobierno? Es probable que no. El senador peronista Miguel Pichetto suele despachar a algunos enviados oficialistas con un solo párrafo: "Si no tienen el apoyo de sus aliados, ¿por qué los vamos a apoyar nosotros?". La frase no carece de pragmatismo y precisión. A su vez, callar a los aliados sería someterlos a un silencio insoportable y a resignar sus posiciones dentro de una coalición de partidos. ¿Por qué el Gobierno no incluyó a los sectores más racionales del peronismo (Pichetto y los gobernadores, por ejemplo) cuando cambió el modo de cobrar las nuevas tarifas de gas? El espectro del acuerdo hubiera sido más amplio. Con todo, las consecuencias que se vivieron en los últimos días obligan a los socios de Macri a cultivar en adelante la cautela y el cuidado.
Otra vez, el macrismo desocupó el centro del espacio mediático con el tema de las tarifas. También las empresas de servicios públicos, que parecen existir solo para cobrar. No dicen nada sobre la inversión: cuánto, cómo y dónde la realizan. Nadie sabe ahora cuánto pagará por la luz y el gas y ni siquiera se sabe cómo será el sistema de cuotas que acordó la administración con sus aliados. Nadie del Gobierno habla de las tarifas en público. Solo lo hizo el Presidente. El dramatismo opositor, a su vez, exacerbó todavía más a una sociedad asustada. Sucedió lo que pasó con la reforma jubilatoria, cuando muchos jubilados creyeron que les sacarían parte de su salario y, en realidad, estaban discutiendo cómo les aumentarían los ingresos.
La oposición cosecha en un territorio sembrado durante décadas por el populismo. Hay problemas reales, como la inflación y el déficit (uno consecuencia del otro), pero no hay realismo en el debate; hay solo agravios y proyectos que no van a ningún lugar. La pregunta que falta hacer es cuántos argentinos prefieren todavía seguir habitando en la ficción populista.

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