Ficción política
El peronismo “entrega” el 2019 y el oficialismo lo toma con arrogancia. Caputo patina. Scioli se esfuma.
Cierta ficción teatral se descubre en las apariciones políticas,
sean del Gobierno o de una oposición maniatada por la lógica
oficialista, admitiendo que carece de un candidato para el 2019 que
pueda confrontar con Mauricio Macri. Saben, quizás, que Rocky es solo de Hollywood. Sin embargo, parece prematura esa deserción a poco menos de 20 meses del escrutinio.
Una resignada rendición que no repara, en ese período faltante, acontecimientos vecinales, desavenencias internas o conflictos inesperados. Desde las precipitaciones de Trump a la detención de Lula, los comicios en Brasil, México y Colombia, la pertinaz continuidad de Maduro en Venezuela, la amputación del crédito, desconfianza ante lo que no se hace o algún brutal desajuste accionario, ya que las Bolsas van para diez años viviendo sin una crisis.
Ni siquiera la oposición contempla el antecedente de Macron,
un personaje del montón de la política que en seis meses de aparecido
ganó los comicios de Francia. Ni contempla la endeblez económica que,
por ejemplo, en Europa hizo ganar tanto a figuras de la derecha como de
la izquierda, sin que representaran modelos o tendencias.
En este rincón del subdesarrollo, la impresión de los que enfrentan al Gobierno se reduce a una simplista restricción oligárquica: la imposibilidad de luchar contra quienes el año próximo habrán de mejorar los ingresos que en este ejercicio sufren una paliza, colmando de asfalto, cordón y cuneta a la provincia de Buenos Aires, sobre todo en La Matanza, epicentro del destino electoral.
Este final anticipado se comparte con arrogancia en la Casa Rosada, cuyos habitantes juran haber diseñado el plan y apelan al cinismo cuando algún independiente los cuestiona o reprocha por deberes que no han cumplido: “Igual vas a tener que votarnos, no te queda otra”.
Lógica Lilita. Algo semejante a la expresión que le atribuyen a Elisa Carrió ante su venia por la designación, todavía a discutir, de la señora Weinberg de Roca como Procuradora: “Los otros candidatos son peores”. Una singularidad tolerante, ya que premia al escaso conocimiento sobre un cargo público en desmedro de quienes conocen la función, pero son sospechados por causas diversas de su carrera. O lo que puede decir Macri al respecto, más una agresión que una concesión al género: “Hay que poner una mujer”. Para empatar, como en el fútbol. Y, de paso, sorprender a su entorno con la decisión, sin avisar, al mejor estilo Carlos Menem, cuando nombraba a quien no figuraba en ninguna nómina como jefe de Gabinete (Jorge Rodríguez) o un vicepresidente (Carlos Ruckauf). Placeres del poder.
Al margen de semejanzas, hay razones de cercanía en el caso Macri. Con la nominada compartió jornadas de calistenia o deporte en el Argentino de Tenis (los hijos de ella son activos en ese rubro) y la promovió en la Justicia porteña por esa simpatía de club. Hasta quizás le reconozca talento por haber trabajado en Siemens y casarse con uno de sus presidentes, Eduardo Roca, un viudo ex embajador de dos gobiernos militares, quien del nacionalismo con Nicanor Costa Méndez viró a la devoción pro EE.UU. (debe haber influido su militancia asesora en Xerox), y hoy se recluye en un sanatorio de la avenida Caseros donde recibe seguramente mejores cuidados que en la casa escriturada a su nombre.
Papelito Caputo. Es lo que hay, suele repetirse como estoica aceptación, incluyendo en esa frase decadente el último episodio del ministro Luis Caputo, quien se levantó del interrogatorio en una comisión de Diputados bajo el argumento de que “estaba muerto” de hablar, para seguir hablando luego en una conferencia de la Embajada de España. Redivivo, claro. Por supuesto, antes ocurrió un episodio insólito, de colegio secundario, en el que le pidió clemencia –a través de un papelito escrito– a una legisladora contraria, suficiente para generar un revuelo en la sala que dio excusa al retiro del funcionario.
Un insustituible, según Macri, especialista en pedir plata en el exterior a tasas exuberantes (cuando su privada fama bancaria la constituyó prestando plata), comparable heredero de Francisco Soldati, o de otros que tomaron y renovaron deuda como Cavallo o Machinea. Y como ellos, también insustituibles en su momento, ahora se encuentra sin señuelos tentadores por ofrecer, con bancos menos voraces por el interés gigante y más resueltos a recuperar su dinero (o, en todo caso, dispuestos a trasladarle el riesgo a sus ahorristas). Algunos han empezado a temer que el ciclo de diez años sin crisis financiera en el mundo quizás pueda culminar de repente.
Cuestiones sin importancia. Esa contingencia de eventual impacto extraordinario en el país no figuraba como tema en Diputados, sus miembros se encarnizaron por la lucha política, ni quisieron avanzar sobre la presunta versación del funcionario en la materia. Más bien unos disertaban para protegerlo de los ataques y otros se empecinaban en puntualizarle mentiras, negociados o preferencias personales en los empréstitos, vínculos con sociedades de otra época, justamente el expertise que lo llevó al Ministerio. Se sabe que los animales corren a refugiarse en el interior del territorio cuando olfatean o perciben la inminencia de un tsunami. Esa condición, al parecer, no se registra entre los seres humanos, en cierta raza política al menos.
En su petulancia ganadora, el oficialismo ni presta atención a los síntomas externos mientras los opositores, el vencido de la cabeza, ni pueden organizar una cumbre resonante en una provincia. Ni han advertido el silencioso y parcial retiro de su último candidato, Daniel Scioli, quien abandonó el departamento en Palermo que había alquilado por diez años, parece que ya no comparte vivienda con su nueva mujer y dulce niñita, cediéndole el solar a la madre de su hija mayor. Está con destino incierto. O sin destino. Como el partido que hace dos años lo quiso llevar a la Presidencia.
Una resignada rendición que no repara, en ese período faltante, acontecimientos vecinales, desavenencias internas o conflictos inesperados. Desde las precipitaciones de Trump a la detención de Lula, los comicios en Brasil, México y Colombia, la pertinaz continuidad de Maduro en Venezuela, la amputación del crédito, desconfianza ante lo que no se hace o algún brutal desajuste accionario, ya que las Bolsas van para diez años viviendo sin una crisis.
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En este rincón del subdesarrollo, la impresión de los que enfrentan al Gobierno se reduce a una simplista restricción oligárquica: la imposibilidad de luchar contra quienes el año próximo habrán de mejorar los ingresos que en este ejercicio sufren una paliza, colmando de asfalto, cordón y cuneta a la provincia de Buenos Aires, sobre todo en La Matanza, epicentro del destino electoral.
Este final anticipado se comparte con arrogancia en la Casa Rosada, cuyos habitantes juran haber diseñado el plan y apelan al cinismo cuando algún independiente los cuestiona o reprocha por deberes que no han cumplido: “Igual vas a tener que votarnos, no te queda otra”.
Lógica Lilita. Algo semejante a la expresión que le atribuyen a Elisa Carrió ante su venia por la designación, todavía a discutir, de la señora Weinberg de Roca como Procuradora: “Los otros candidatos son peores”. Una singularidad tolerante, ya que premia al escaso conocimiento sobre un cargo público en desmedro de quienes conocen la función, pero son sospechados por causas diversas de su carrera. O lo que puede decir Macri al respecto, más una agresión que una concesión al género: “Hay que poner una mujer”. Para empatar, como en el fútbol. Y, de paso, sorprender a su entorno con la decisión, sin avisar, al mejor estilo Carlos Menem, cuando nombraba a quien no figuraba en ninguna nómina como jefe de Gabinete (Jorge Rodríguez) o un vicepresidente (Carlos Ruckauf). Placeres del poder.
Al margen de semejanzas, hay razones de cercanía en el caso Macri. Con la nominada compartió jornadas de calistenia o deporte en el Argentino de Tenis (los hijos de ella son activos en ese rubro) y la promovió en la Justicia porteña por esa simpatía de club. Hasta quizás le reconozca talento por haber trabajado en Siemens y casarse con uno de sus presidentes, Eduardo Roca, un viudo ex embajador de dos gobiernos militares, quien del nacionalismo con Nicanor Costa Méndez viró a la devoción pro EE.UU. (debe haber influido su militancia asesora en Xerox), y hoy se recluye en un sanatorio de la avenida Caseros donde recibe seguramente mejores cuidados que en la casa escriturada a su nombre.
Papelito Caputo. Es lo que hay, suele repetirse como estoica aceptación, incluyendo en esa frase decadente el último episodio del ministro Luis Caputo, quien se levantó del interrogatorio en una comisión de Diputados bajo el argumento de que “estaba muerto” de hablar, para seguir hablando luego en una conferencia de la Embajada de España. Redivivo, claro. Por supuesto, antes ocurrió un episodio insólito, de colegio secundario, en el que le pidió clemencia –a través de un papelito escrito– a una legisladora contraria, suficiente para generar un revuelo en la sala que dio excusa al retiro del funcionario.
Un insustituible, según Macri, especialista en pedir plata en el exterior a tasas exuberantes (cuando su privada fama bancaria la constituyó prestando plata), comparable heredero de Francisco Soldati, o de otros que tomaron y renovaron deuda como Cavallo o Machinea. Y como ellos, también insustituibles en su momento, ahora se encuentra sin señuelos tentadores por ofrecer, con bancos menos voraces por el interés gigante y más resueltos a recuperar su dinero (o, en todo caso, dispuestos a trasladarle el riesgo a sus ahorristas). Algunos han empezado a temer que el ciclo de diez años sin crisis financiera en el mundo quizás pueda culminar de repente.
Cuestiones sin importancia. Esa contingencia de eventual impacto extraordinario en el país no figuraba como tema en Diputados, sus miembros se encarnizaron por la lucha política, ni quisieron avanzar sobre la presunta versación del funcionario en la materia. Más bien unos disertaban para protegerlo de los ataques y otros se empecinaban en puntualizarle mentiras, negociados o preferencias personales en los empréstitos, vínculos con sociedades de otra época, justamente el expertise que lo llevó al Ministerio. Se sabe que los animales corren a refugiarse en el interior del territorio cuando olfatean o perciben la inminencia de un tsunami. Esa condición, al parecer, no se registra entre los seres humanos, en cierta raza política al menos.
En su petulancia ganadora, el oficialismo ni presta atención a los síntomas externos mientras los opositores, el vencido de la cabeza, ni pueden organizar una cumbre resonante en una provincia. Ni han advertido el silencioso y parcial retiro de su último candidato, Daniel Scioli, quien abandonó el departamento en Palermo que había alquilado por diez años, parece que ya no comparte vivienda con su nueva mujer y dulce niñita, cediéndole el solar a la madre de su hija mayor. Está con destino incierto. O sin destino. Como el partido que hace dos años lo quiso llevar a la Presidencia.
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