Tarifas impagables y desesperación social
La coyuntura ofrece sus novedades, pareciera que el Gobierno tiene sus
propios conflictos internos y que la sociedad comienza a dudar del éxito
de este. Tanto pronosticar reelecciones a largo plazo suele llevar a
chocar contra el complejo presente. El Gobierno anterior exageró el
populismo o como se llame ese camino irresponsable hacia el abismo
social. Las tarifas solo servían para ser subsidiadas y el subsidio
ofrecía un retorno que aseguraba la corrupción. Ahora se llama "precio
justo", antes se convertía en deuda y dinero mal habido, ahora en
ganancia exagerada y desesperación social.
La única diferencia política está en la forma en que la dirigencia
justifica su codicia, para la sociedad nada cambia, o quizás sí, la
noción del culpable. Y no logramos salir de la "oligarquía de
los concesionarios", gente que se lleva buena parte de nuestras riquezas
a cambio de una triste y absurda dependencia cultural.
Discuto que venimos en caída desde hace cuarenta años, ellos dicen
"setenta" porque se sienten continuadores de la década infame. Recién
ahora descubren la democracia: bienvenidos al club. Desde su
misma fuerza surgen críticas a las tarifas y uno se pregunta si hay
política más allá de esos números y de los subsidios. Los
economistas, los encuestadores y los asesores de imagen ocuparon el
espacio que le correspondía al futuro. Ese es el mal de los negocios y
las ganancias, solo piensan en la coyuntura; el más allá está en las
cuentas que ocultan en el extranjero, no hay burguesía nacional, solo
intermediarios.
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Las tarifas venían muy bajas, ahora nos enfrentamos con la codicia
empresaria y un Estado hecho a su medida. Cada vez que hablan de
inversores vendemos algo que era propio para que pase a manos
extranjeras. Nadie mide las ganancias empresarias, todo termina pagando
royalties, hasta los rematadores se vuelven deudores del extranjero y
cuesta entender las razones. Pronto pagaremos impuestos por la fórmula
del dulce de leche. La imbecilidad es un rumbo asfaltado por los
intermediarios, la colonización nos es vendida en envase de modernidad. Ahora
Carrefour dice estar en crisis, pero antes los dejamos asesinar miles
de almaceneros, no conozco país del mundo que haya permitido
extranjerizar la intermediación. En mi juventud la consigna
era: "Patria, sí, colonia, no"; en el presente es: "Colonia yanqui,
española o china", todo depende del retorno que cada quien pague en su
momento.
El Gobierno anterior había intentado asignarle ideología al
resentimiento para terminar convirtiendo al mismo resentimiento en
ideología. El actual intenta sustituir la política por los
negocios y en rigor concibe a la modernidad como la misma expansión de
la concentración económica. Las regulaciones eran la defensa
del pequeño comercio frente al capital concentrado. Hay un ministro que
intenta manejar la Justicia para expandir su imperio y luego venderlo al
extranjero. Antes eran Lázaro y Cristóbal, ahora Quintana, Caputo y
Aranguren, que lejos están de sentarse en el banco de suplentes, se
ganaron la titularidad con creces.
El lugar de la política, ese que debería ser ocupado por aquellos que
abandonan sus intereses personales para enamorarse de la trascendencia
de lo colectivo, ese lugar sigue libre en gobierno y oposición. Solíamos
decir: "Van por el oro o el bronce", los vendedores de bronce hace rato
que dieron en quiebra. Desde ya que hay excepciones, pero la
codicia se convirtió en la regla y la sociedad lo vive sumida en una
creciente angustia. La inflación y las tarifas son la expresión del
egoísmo de una dirigencia que no logra y ni siquiera intenta ver más
allá de sus propios intereses. En las cuentas de los nuevos
ricos se acumula la riqueza que ayer era de todos. El pasado agoniza, el
presente es difícil de entender y, en consecuencia, el mañana asusta. Y
el futuro es el lugar de la política, ese que por ahora no encuentra
interlocutores, ese que la historia se niega a devolvernos.
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