Macri y la transición interminable
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El tiempo se había vuelto interminable
para el Gobierno. El segundero de las pizarras de las casas de cambio
venía marcando con insidia una apreciación del dólar de más del 60 por
ciento en los últimos seis meses, a la espera de que llegara el 20 de
junio, el día previsto para la aprobación del acuerdo con el FMI y el
desembolso de los primeros US$15.000 millones. También señalaba que los
plazos para la inercia se habían agotado y que el cuestionamiento del
mundo económico no era solo instrumental, sino conceptual. Y el
presidente Mauricio Macri finalmente pareció tomar nota.
Macri atraviesa una desgastante transición entre la
primera etapa de su programa económico gradualista y una segunda fase
que aún no termina de cristalizarse. Un proceso que se inició con la
corrida cambiaria hace casi dos meses, se formalizó con el pedido de
ayuda al FMI y que tuvo esta semana su pico de histeria con un mercado
definitivamente autónomo de las decisiones oficiales, que no reaccionó
ni siquiera con el anuncio de que se destinarían US$7500 millones para
calmar el terremoto.La última medida de Sturzenegger lo terminó de eyectar: ¿para qué retiró de la mesa anticipadamente los US$5000 millones que sirvieron de ancla cambiaria los únicos días de relativa calma? ¿No podía esperar acaso el desembolso del FMI? Nadie pudo responder esos interrogantes sin apelar a explicaciones básicas como que "subestimó la profundidad de la corrida".
Macri parecía seguir apegado a uno de sus principios básicos, que marca que los cambios solo se efectúan cuando hay evidencia de que los costos son insostenibles. La realidad le volvió a manejar los tiempos y terminó apurando la salida del presidente del Banco Central, que había firmado la carta de intención con el FMI, en la que se incluía un compromiso de mantener la independencia de la autoridad monetaria. Pero la demanda del mundo económico era mucho más amplia que el mero recambio en el BCRA y reclamaba redefinir con claridad los objetivos macroeconómicos del Gobierno, no solo los procedimientos.
Hacia el fin de la semana en el Gobierno se impuso la idea de que había que ampliar el rango de acción y aprovechar la oportunidad que ofrecía el acuerdo con el Fondo para relanzar el gabinete económico. Con ese espíritu, el viernes, Macri activó las salidas de Francisco Cabrera y Juan José Aranguren que se concretaron ayer. Al final no estaba tan satisfecho con "el mejor equipo de los últimos cincuenta años". "Los dos estaban desgastados en sus funciones y sentimos la necesidad de oxigenar", explicaron en la conducción del Gabinete. La Casa Rosada también busca potenciar una agenda productiva y no quedar presa solo de la lógica de la reducción del déficit fiscal.
Al nombrar a Luis Caputo en reemplazo de Sturzenegger, Macri buscó previsibilidad. Prefirió no recurrir a una figura externa y apostar a las dotes de domador de mercado del extitular de Finanzas. El lugar de Aranguren lo ocupará Javier Iguacel, el director de Vialidad, quien es valorado por Macri por su gestión pero también por sus denuncias sobre la corrupción kirchnerista con la obra pública. Y en el lugar de Cabrera irá Dante Sica, un especialista muy respetado en el sector industrial que ya estaba asesorando al Ministerio de Producción y cuyos informes económicos el Presidente suele escuchar con interés. Todos los cambios tienen un aroma a rotación. La expectativa es que aporten una mirada política más sensible para los tiempos difíciles que se avecinan.
Macri no instrumentó aún una modificación de la estructura del Gabinete, como reclama un sector de Cambiemos. Solo disolvió el Ministerio de Finanzas, una creación temporal para compensarle a Caputo los servicios prestados en la era de Alfonso Prat-Gay. Otro dato que dejaron las movidas es la persistencia del trío de la Jefatura de Gabinete como eje de poder. Solo Marcos Peña, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui supieron de antemano los cambios. La relanzada mesa política acercó ideas, pero se enteró después de tomada la decisión.
Con esta reformulación del equipo económico, el Gobierno apuesta a que a partir de esta semana se revierta el cuadro financiero adverso y pueda finalmente iniciar la nueva etapa. En realidad es más que una apuesta; es su última carta. Mañana hará un lanzamiento de bonos por US$4000 millones para neutralizar el vencimiento de Lebac del martes, una prioridad para Dujovne. El miércoles el board del FMI aprobará el acuerdo con la Argentina. Y horas después llegará el esperado primer desembolso. "Es un paquete potentísimo. Con ese poder de fuego se van a corregir las variables", comentó entusiasmado Dujovne al final de la semana. El ministro confía en un ordenamiento natural, otro de los compromisos asumidos ante el Fondo. A suerte y verdad, si el mercado no responde, la larga transición habrá fracasado y Macri deberá apelar a una reforma más profunda.
Si, en cambio, la racionalidad del Gobierno se impone y la moneda se estabiliza, se habrá cerrado la fase financiera de la crisis. Restará entonces la gigantesca tarea de la recomposición de la economía real, que quedó completamente alterada por la corrida. La sangrienta batalla por la ley de tarifas ya es épica histórica. Dujovne y Aranguren venían analizando qué hacer para compensar la nueva desactualización. ¿Otra suba o más subsidios? Entre la ira social y la reprobación del Fondo, ahora Iguacel no tendrá buenas opciones. Lo mismo pasa con los salarios. La jugada de anticipación de Jorge Triaca al ofrecerles un 5% de recomposición a los gremios quedó ahora como un gesto de cariño cuando nadie apuesta a menos de un 27% de inflación. Y los empresarios, ¿hasta dónde remarcarán? En la Casa Rosada no esperan muestras de generosidad, ni siquiera con la renovación del diálogo que implicará la llegada de Sica. Solo confían en que el mercado también los condicione y la baja del consumo termine por moderar los precios. La realidad es el vector más poderoso de la economía.
Triaca y Carolina Stanley comparten el diagnóstico de que habrá más conflictividad en los próximos meses. El ministro de Trabajo está con la zanahoria en una mano y el garrote en la otra. Cuando la CGT le dijo que no iría a la reunión del martes y convocó a un paro, activó un decreto para que la cancelación de deudas con las obras sociales por tratamientos complejos deje de ser automática y requiera aprobaciones especiales. Y a los Moyano les dedicó una multa de más de $1000 millones por incumplir la conciliación obligatoria. En el entorno de Triaca atribuyen el endurecimiento de los gremios moderados a que quedaron encerrados entre el acompañamiento al Gobierno y la postura de los más sectores combativos. "Si nos convalidan, se diluyen. Van al paro para mantenerse unidos", plantean. Ya no hay chances de cooperación con la Casa Rosada, solo de disenso pautado.
Algo similar le pasa a Stanley, quien debió contemplar cómo las organizaciones sociales que se reunían con ella para negociar planes acaban de lanzar un partido político abiertamente opositor. "Mostraron su verdadera faceta, que hasta ahora estaba solapada. Seguro vamos a tener un nuevo esquema de relación", señalaron cerca de Stanley. La ministra está atenta a las señales de alerta que le llegan de los territorios más vulnerables donde hubo un impacto en los sectores de trabajo informal. "Las changas se venían recuperando y ahora caen de nuevo. Vamos a un proceso más difícil", remarcan. Pero no dramatizan. El FMI les hizo un gesto al prever US$2000 millones en el caso de que la situación sufra un deterioro profundo.
Lejos quedó la ilusión de una convivencia amigable con gremios y movimientos. El Gobierno transita ahora un período de gestión de la crisis. Si demuestra destreza, logrará cruzar el desfiladero.
Por:
Jorge Liotti
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