La Argentina, la peor de todas
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La sequía cedió, pero ahora empeoró la
economía internacional. Hace rato que a Mauricio Macri lo despierta
todas las mañanas una mala noticia. Esa, la novedad inesperada y nociva,
parece ser una compañía inseparable en su vida de presidente. Las malas
nuevas de la economía internacional tienen siempre, además, un impacto
mucho mayor en su país. Hay aquí un gobierno más sólido que en Brasil o
en México, por ejemplo, pero, sin embargo, en ningún otro lugar se
sienten tanto las consecuencias de la inestabilidad exterior. El ciclón
de la mala fortuna lo sorprende de frente, a veces cuando está
poniéndose de pie después de la última tempestad. La crisis interminable
afecta la economía, pero también modifica la relación de fuerzas
políticas.
¿Por qué la Argentina es más castigada por lo que sucede
en el exterior que otros países de la región? Vale la pena mencionar un
solo ejemplo inexplicable: el miércoles pasado, México revaluó su
moneda, cuatro días antes de que gane la presidencia del país el
candidato históricamente menos querido por el establishment mexicano,
Andrés Manuel López Obrador. Con todo, se cometería un error si se
creyera que estas cosas solo le suceden a Macri. La Argentina tiene una
larga historia de pulmonías mientras otros países se resfriaban. Y esa
historia sigue influyendo en las personas que toman decisiones en los
mercados internacionales.¿Por qué? ¿Por qué la economía argentina está condenada a sufrir más que el resto de las economías? Lo primero que hay que tener en cuenta es qué están haciendo los operadores de los mercados internacionales. Los trader, como los llama la jerga bursátil, están a punto de iniciar las vacaciones del verano boreal. Según una teoría del economista Fausto Spotorno, lo primero que hacen los trader antes de preparar sus valijas es limpiar sus carteras de bonos y acciones de países potencialmente peligrosos. No quieren que una mala novedad les arruine el descanso anual. Si fuera así, están deshaciéndose de papeles argentinos cuando la economía internacional tambalea.
La segunda pregunta, entonces, es por qué la economía argentina es tan potencialmente peligrosa. Veamos primero sus carencias. No tiene moneda y su mercado financiero es insignificante. Para los argentinos, la moneda de ahorro, la que verdaderamente importa, es el dólar; el peso es solo una moneda de transacción. ¿Se han equivocado? Nunca. Hasta en los últimos seis meses, después de que la última devaluación fuera mayor que cualquier tasa de interés anterior. De hecho, en el único momento en que los argentinos se sintieron tranquilos fue cuando el peso era convertible con el dólar, y valían lo mismo. El ahorro en dólares es una cultura tan extendida que va del jubilado, cuando puede, hasta el empresario más importante. Por otro lado, el mercado financiero local es demasiado insignificante como para absorber los papeles argentinos que se liquidan en el exterior. Brasil tiene un mercado financiero cinco veces más grande que el argentino. El mercado de Colombia es tres veces más importante que el local. Las cajas de seguridad o los bancos del exterior (aun en tiempos recientes, cuando también caían los bancos en el extranjero) son más seguros que el sistema financiero argentino después de que varias veces los ahorros fueran confiscados. La bancarización, que existe, sirve para los gastos del día a día, no para el ahorro.
Para peor, hay abundancia de lo que no debería haber: inflación y déficits fiscal y de cuenta corriente. Hace 67 años, desde 1951, que la Argentina no puede controlar su economía inflacionaria, salvo el breve paréntesis de la convertibilidad menemista. No pudieron ni peronistas ni radicales ni militares. Ninguno. Y el déficit de cuenta corriente describe a un país que gasta más dólares que los que recibe. Los gobiernos son los primeros culpables, pero hay también una parte de la sociedad, la que puede, que prefiere pagar los placeres de la vida en el exterior. Es cierto que aquí hay una notable pérdida de noción de los precios relativos. Cualquier cosa, menos los servicios públicos, cuesta en la Argentina mucho más que en los países más caros del mundo. Está la sociedad, es cierto, pero está también la estructura del país que la empuja a hacer sus gastos en el exterior.
En ese contexto de abundancias tóxicas y de carencias elementales, el acuerdo con el Fondo Monetario fue siempre el plan B del Gobierno para el caso de que fracasara su programa, o parte de él. Lo era incluso cuando nadie hablaba del Fondo Monetario. El plan B está ahora en marcha. El problema es que el Gobierno ya no tiene plan B. Ese dato crucial de una economía tan vulnerable es conocido por los trader internacionales. En su actual mandato, además, el Presidente podrá usar solo 23.000 millones de dólares del Fondo. Recibirá 33.000 millones hasta diciembre del año próximo, pero 10.000 millones deberá destinarlos a las reservas del Banco Central. Dicho de otra manera: la administración nacional seguirá necesitando del crédito, externo o interno.
Bajar el déficit no puede ser nunca la tarea solitaria de un gobierno, tampoco del de Macri. La reducción del inmenso gasto público argentino necesita de un acuerdo parlamentario con el peronismo, porque las decisiones fundamentales sobre el déficit se escriben en el presupuesto. Una decisión consensuada sobre el déficit sería el mejor mensaje a los mercados. Prorrogar sin acuerdo el presupuesto de este año sería una solución técnica legítima, pero un pésimo mensaje a los mercados. Sería la exhibición pública de una dirigencia política mayoritaria y cómoda (y hasta contenta) con los gastos excesivo del Estado. La desconfianza política también existe. Hubo progresos en las últimas horas con gobernadores y legisladores peronistas. Es mejor que Durán Barba calle. Él suele decir que tanto Cristina Kirchner como Hugo Moyano le convienen a Macri. El peronismo racional, el que está en condiciones de ayudar en la aprobación del próximo presupuesto, detesta que el Gobierno se entretenga con Cristina y destrate a los renovadores. "Levantan a Cristina y después nos piden favores a nosotros", se enfurecen.
La tesis de Durán Barba es la de un asesor electoral, sin responsabilidad en el gobierno cotidiano del país. Él está pensando solo en las elecciones presidenciales. Los peronistas también. Son problemas suplementarios para un presidente al que le quedan todavía 17 meses de gobierno. Y que, para peor, no sabe hasta cuándo durará la mala hora.
Por:
Joaquín Morales Solá
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