De la Sota, el dandy perfecto de la política Un modelo ejemplar para construir puentes.JorgeAsisDigital.com
De la Sota, el dandy perfecto de la política
Un modelo ejemplar para construir puentes.
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
La muerte abre consensos que los cierra la vida. Si la mitad del arco político, que llora con franqueza a De la Sota, le hubiera hecho algo de caso, de ningún modo la Argentina se hubiera convertido en el cachivache que es hoy.
J.A.
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José Manuel De la Sota, Giorgio Armani, cometió también, como Néstor Kirchner, El Furia, la severa irresponsabilidad de morirse.
Inútilmente, aplastado, entre su auto mediano y un opulento camión con acoplado. En la tiniebla de una autopista que supo construir, en Córdoba, durante su mandato. Fue inaugurada por el gobernador Schiaretti, Vuelve Juan. Para que facturara, como gran hacedor, cortador de cintas, el presidente Macri, el Ángel Exterminador.
“Justo se nos viene a morir José”.
El que nada tenía en común con la muerte. Si hasta cuando tomaba triste distancia era vital. Se reinventaba como profesor en universidades de España. Como cantante de boleros -“apareciste tú”-, o como modelo ejemplar en la sastrería de Río Cuarto.
Su humor cordobés era tan recursivo como su dandismo cultural.
En el último diálogo ocasional, durante la semana anterior, en Buenos Aires, por Posadas, pudieron percibirse ambos registros.
“¿Por qué me llamás Hugo Boss?, no me gusta. Yo tengo mucho más que ver con Armani. Poneme mejor Giorgio Armani, ¿qué te cuesta?”.
Nada. A pedido, en “Cachivache moral” (cliquear), ya se lo llama Armani (Rocamora cumple).
De la Sota fue el dandy perfecto de la política. Cuidaba meticulosamente el detalle de su vestimenta. Utilizaba sacos de extraños colores (a veces radiantes), pero de una elegancia sublime. Ningún otro político (acaso con la excepción de Alberto Rodríguez Saa, El Colibrí) podía haberse atrevido a usarlos. Lilas, verdes, azules encendidos.
Había que aceptar que el cultor del detalle últimamente estaba “en forma”. Atractivamente Flaco, de barba europea, casi irreconocible.
En el encuentro casual de Posadas, de pronto se acercó una señora. Lo miró a José y le dijo:
“Sabe que yo a usted le veo cara conocida”.
“Es el hijo del gobernador De la Sota, el cordobés”.
Mientras tanto Duhalde lo hacía circular también a Kirchner, aunque con la asistencia de Pampuro, El Estratega.
Coincidencia: Duhalde había sido el vice de Menem en la interna peronista de 1988. Cuando De la Sota fue como vice de Antonio Cafiero.
Ambos eran el símbolo de la renovación en el peronismo, que se miraba en el espejo del alfonsinismo colonizador.
Caprichos de la historia. Menem fue presidente, en cierto modo, por el sectarismo copador de la banda renovadora, que había vetado la fórmula Cafiero-Vernet.
Pero el pensador Vernet, en aquel momento, contaba con el apoyo de los sindicatos, en especial del legendario Lorenzo Miguel.
Gracias al veto, al cambio de Vernet por De la Sota, el sindicalismo en bloque le dio el decisivo apoyo a Menem. Fue presidente en 1989. Y lo envió a De la Sota, su excelencia, como embajador en Brasil.
Cabe constatar que antes, en los 80, De la Sota distaba de tomarlo en serio a Menem. Lo tenía como a un personaje graciosamente pintoresco.
Alguna vez, en un rally, que se corría en los peores caminos de las sierras de Córdoba, Menem iba a participar como corredor. Debió aguantar, dentro del casco y todo, que su adversario interno, De la Sota, fuera el encargado de lanzar la carrera.
Para colmo, José no vacilaba en declarar:
“Como político no lo admiro tanto, pero Menem es mi deportista favorito”.
Paulatinamente, su “deportista favorito” pasó después a ser un personaje admirado, y valorado, por De la Sota.
Puede decirse que, con la sustancial ayuda de Menem, después de varios intentos, De la Sota pudo conquistar la gobernación de Córdoba. Con German Kamerath como vice, en representación de la UCD.
UCD. Última experiencia de partido liberal en la Argentina. Como un balde de agua en la arena, la UCD prácticamente se disolvió en el peronismo.
Pero en 2003 el posicionamiento para la presidencia de De la Sota fue malo. Consta que se venía del desastre de 2001, y que el equivocado Adolfo Rodríguez Saa, El Dios de la Puntanidad, había culpado a De la Sota de la debacle de su gobierno intenso de siete días.
Ahora la campaña ya consistía en ir a los programas de televisión. Y De la Sota se había comportado, en los medios, de manera excesivamente presentable.
Su discurso era tan general, abarcador y consensual que no aportaba nada nuevo, aunque con un rostro prolijo y el pelo planchado, con los cuellos de las camisas con punta casi redonda. El dandy estaba hecho una pinturita, ideal para el modelaje, que iba a encarar en algunos años.
Como “no prendía” pudo facilitar la promoción de Kirchner. En 2003 eran muy pocos los que acertaban al pronunciar el apellido Kirchner. El Furia era conocido como el esposo de Cristina, la legisladora que multiplicaba su imagen en los canales de cable, con un rictus progresista que seducía a las sensibles damas de Recoleta que iban, 12 años después, a despreciarla.
Su muerte posterga la ceremonia programada de la fotografía parcial.
La postal del Peronismo Perdonable nuclea cuatro rostros para armar un catálogo:
Schiaretti; el senador Miguel Pichetto, Humphrey Bogart; Juan Facundo Urtubey, El Hermoso Brumell; y Sergio, el Titular de la Franja de Massa.
Se posterga la postal perdonable, pero la misma muerte de De la Sota induce a construir los “puentes” necesarios, a los efectos de unir los fragmentos dispersos del peronismo.
Porque la unidad fue el objetivo político de José, sobre todo en el último tramo de su vida.
Probablemente De la Sota, con enigmática claridad, percibía que el peronismo, otra vez, iba a tener, invariablemente, que hacerse cargo del país. Como siempre.
Aunque deba arriesgarse a quedar, ante la historia, indefectiblemente, como el responsable exclusivo del cachivache.
Doloroso estado de aquella pasión que quiso ser un país.
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
La muerte abre consensos que los cierra la vida. Si la mitad del arco político, que llora con franqueza a De la Sota, le hubiera hecho algo de caso, de ningún modo la Argentina se hubiera convertido en el cachivache que es hoy.
J.A.
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José Manuel De la Sota, Giorgio Armani, cometió también, como Néstor Kirchner, El Furia, la severa irresponsabilidad de morirse.
Inútilmente, aplastado, entre su auto mediano y un opulento camión con acoplado. En la tiniebla de una autopista que supo construir, en Córdoba, durante su mandato. Fue inaugurada por el gobernador Schiaretti, Vuelve Juan. Para que facturara, como gran hacedor, cortador de cintas, el presidente Macri, el Ángel Exterminador.
“Justo se nos viene a morir José”.
El que nada tenía en común con la muerte. Si hasta cuando tomaba triste distancia era vital. Se reinventaba como profesor en universidades de España. Como cantante de boleros -“apareciste tú”-, o como modelo ejemplar en la sastrería de Río Cuarto.
Su humor cordobés era tan recursivo como su dandismo cultural.
En el último diálogo ocasional, durante la semana anterior, en Buenos Aires, por Posadas, pudieron percibirse ambos registros.
“¿Por qué me llamás Hugo Boss?, no me gusta. Yo tengo mucho más que ver con Armani. Poneme mejor Giorgio Armani, ¿qué te cuesta?”.
Nada. A pedido, en “Cachivache moral” (cliquear), ya se lo llama Armani (Rocamora cumple).
De la Sota fue el dandy perfecto de la política. Cuidaba meticulosamente el detalle de su vestimenta. Utilizaba sacos de extraños colores (a veces radiantes), pero de una elegancia sublime. Ningún otro político (acaso con la excepción de Alberto Rodríguez Saa, El Colibrí) podía haberse atrevido a usarlos. Lilas, verdes, azules encendidos.
Había que aceptar que el cultor del detalle últimamente estaba “en forma”. Atractivamente Flaco, de barba europea, casi irreconocible.
En el encuentro casual de Posadas, de pronto se acercó una señora. Lo miró a José y le dijo:
“Sabe que yo a usted le veo cara conocida”.
“Es el hijo del gobernador De la Sota, el cordobés”.
Caprichos de la historia
El minucioso y pulcro cuidado de la imagen le jugó políticamente en contra. Fue cuando Eduardo Duhalde, El Piloto de Tormentas (generadas) intentó darle rodaje como precandidato a presidente, con la asistencia de Fernández, El Mono Aníbal.Mientras tanto Duhalde lo hacía circular también a Kirchner, aunque con la asistencia de Pampuro, El Estratega.
Coincidencia: Duhalde había sido el vice de Menem en la interna peronista de 1988. Cuando De la Sota fue como vice de Antonio Cafiero.
Ambos eran el símbolo de la renovación en el peronismo, que se miraba en el espejo del alfonsinismo colonizador.
Caprichos de la historia. Menem fue presidente, en cierto modo, por el sectarismo copador de la banda renovadora, que había vetado la fórmula Cafiero-Vernet.
Pero el pensador Vernet, en aquel momento, contaba con el apoyo de los sindicatos, en especial del legendario Lorenzo Miguel.
Gracias al veto, al cambio de Vernet por De la Sota, el sindicalismo en bloque le dio el decisivo apoyo a Menem. Fue presidente en 1989. Y lo envió a De la Sota, su excelencia, como embajador en Brasil.
Cabe constatar que antes, en los 80, De la Sota distaba de tomarlo en serio a Menem. Lo tenía como a un personaje graciosamente pintoresco.
Alguna vez, en un rally, que se corría en los peores caminos de las sierras de Córdoba, Menem iba a participar como corredor. Debió aguantar, dentro del casco y todo, que su adversario interno, De la Sota, fuera el encargado de lanzar la carrera.
Para colmo, José no vacilaba en declarar:
“Como político no lo admiro tanto, pero Menem es mi deportista favorito”.
Paulatinamente, su “deportista favorito” pasó después a ser un personaje admirado, y valorado, por De la Sota.
Puede decirse que, con la sustancial ayuda de Menem, después de varios intentos, De la Sota pudo conquistar la gobernación de Córdoba. Con German Kamerath como vice, en representación de la UCD.
UCD. Última experiencia de partido liberal en la Argentina. Como un balde de agua en la arena, la UCD prácticamente se disolvió en el peronismo.
Pero en 2003 el posicionamiento para la presidencia de De la Sota fue malo. Consta que se venía del desastre de 2001, y que el equivocado Adolfo Rodríguez Saa, El Dios de la Puntanidad, había culpado a De la Sota de la debacle de su gobierno intenso de siete días.
Ahora la campaña ya consistía en ir a los programas de televisión. Y De la Sota se había comportado, en los medios, de manera excesivamente presentable.
Su discurso era tan general, abarcador y consensual que no aportaba nada nuevo, aunque con un rostro prolijo y el pelo planchado, con los cuellos de las camisas con punta casi redonda. El dandy estaba hecho una pinturita, ideal para el modelaje, que iba a encarar en algunos años.
Como “no prendía” pudo facilitar la promoción de Kirchner. En 2003 eran muy pocos los que acertaban al pronunciar el apellido Kirchner. El Furia era conocido como el esposo de Cristina, la legisladora que multiplicaba su imagen en los canales de cable, con un rictus progresista que seducía a las sensibles damas de Recoleta que iban, 12 años después, a despreciarla.
Postal del Peronismo Perdonable
La severa irresponsabilidad de haberse estrellado contra un camión conmovió a la sociedad argentina que De la Sota hubiera querido presidir.Su muerte posterga la ceremonia programada de la fotografía parcial.
La postal del Peronismo Perdonable nuclea cuatro rostros para armar un catálogo:
Schiaretti; el senador Miguel Pichetto, Humphrey Bogart; Juan Facundo Urtubey, El Hermoso Brumell; y Sergio, el Titular de la Franja de Massa.
Se posterga la postal perdonable, pero la misma muerte de De la Sota induce a construir los “puentes” necesarios, a los efectos de unir los fragmentos dispersos del peronismo.
Porque la unidad fue el objetivo político de José, sobre todo en el último tramo de su vida.
Probablemente De la Sota, con enigmática claridad, percibía que el peronismo, otra vez, iba a tener, invariablemente, que hacerse cargo del país. Como siempre.
Aunque deba arriesgarse a quedar, ante la historia, indefectiblemente, como el responsable exclusivo del cachivache.
Doloroso estado de aquella pasión que quiso ser un país.
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