Hace 40 años, Galimberti y Gelman rompían con Montoneros y su contraofensiva funcional a la dictadura
Hace 40 años, Galimberti y Gelman rompían con Montoneros y su contraofensiva funcional a la dictadura
Fue la escisión más importante que tuvo la organización armada después de la Lealtad en 1974. Denunció “negociaciones” con el gobierno de facto y salvó la vida de muchos cuadros que la conducción guerrillera quería enviar al país en una operación suicida
Era el 22 de febrero de 1979: Rodolfo Galimberti y Juan Gelman estampaban su firma al pie de un comunicado lapidario que hacía públicas las diferencias que tanto ellos como muchos otros integrantes de la organización tenían respecto de la línea de la Conducción Nacional de Montoneros (Mario Firmenich, Roberto Perdía, Fernando Vaca Narvaja y Raúl Yager) y que no podían ser formuladas en los ámbitos correspondientes por la absoluta falta de democracia interna.
En apretada síntesis, los cuestionamientos iban dirigidos al "resurgimiento del militarismo de cuño foquista" que impregnaba todas las estructuras de la organización, a la "concepción elitista del partido de cuadros, que ha generado un progresivo aislamiento de las masas y de sus organismos reivindicativos naturales"; "al sectarismo maniático
que pretende negar toda representatividad en el campo popular a quien
no esté bajo el control estricto del partido (montonero)"; y a "la definitiva burocratización de todos los niveles de la conducción del partido, cuya máxima expresión es la ausencia absoluta de democracia interna, que yugula todos los intentos de reflexión crítica, calificándola de defección o traición", entre otros señalamientos (el texto completo puede verse cliqueando aquí).
Muchas de estas críticas ya habían sido formuladas un tiempo antes por Rodolfo Walsh, integrante de la Secretaría de Inteligencia de la organización, en varios documentos internos elevados a la Conducción Nacional (entre fines de 1976 y comienzos de 1977) en
los que no sólo cuestionaba toda la estrategia montonera -en particular
pretender un enfrentamiento de ejército a ejército con las Fuerzas
Armadas y aislarse del peronismo para acercarse a otros grupos guerrilleros trotskistas o guevaristas-, anunciaba el exterminio de sus estructuras y, sobre todo, formulaba una serie de medidas organizativas y políticas que lo hubieran evitado.
En especial, proponía diseminar a los cuadros en células autónomas,
unidas por la política y no por la estructura, para evitar las caídas en
cadena, a causa de los datos entregados bajo tortura.
Las propuestas de Walsh fueron desoídas, excepto la de "retirar del territorio nacional" a la conducción "estratégica"
y a los cuadros más representativos del país para evitar su captura o
muerte. Es por ello que, en el momento de la ruptura de febrero de 1979,
todos los protagonistas de esta historia estaban en el exterior,
Firmenich y compañía incluidos.
En
marzo de 1977, los jefes montoneros habían hecho, desde Roma, un amague
de autocrítica ampliando una mesa de conducción a la que integraron a
algunas personalidades con cierta representatividad, como los ex gobernadores de Córdoba y de Buenos Aires, Ricardo Obregón Cano y Oscar Bidegain, el historiador Rodolfo Puiggrós y el propio Juan Gelman.
En
ese contexto, Galimberti y un grupo de cuadros decidieron organizar el
retorno al país de los integrantes de la organización exiliados en
distintos países de Europa y Latinoamérica, en el espíritu de lo propuesto por Walsh, que por entonces ya había muerto en un enfrentamiento con las fuerzas represivas. La idea era formar grupos pequeños, autónomos en recursos, con unidad de línea,
que pudieran reinsertarse en la Argentina para desarrollar un trabajo
político. Aunque la organización no renunciaba a la lucha armada, se
trataba de una propuesta con finalidades de organización y
posicionamiento para el futuro, cuando, como se pensaba, la dictadura
fracasara en su intento de perpetuarse.
Pero muy pronto la conducción montonera demostró que de la brutal derrota infligida por la represión ilegal en 1976 y 1977 no había aprendido nada: se apropió de la iniciativa de Galimberti y la convirtió en una Contraofensiva militar, con grupos de agitación vinculados entre sí orgánicamente y, lo más grave, dejó trascender la identidad de la mayoría de los cuadros que regresarían al país, a los que reclutaba públicamente en reuniones con los grupos de exiliados argentinos en cada país.
Firmenich
decretó que la dictadura estaba en crisis y que por lo tanto había que
pasar de la "Defensiva Estratégica" a la Contraofensiva Estratégica" con "la seguridad del éxito".
Este
fue el detonante de la ruptura de Galimberti y Gelman que, en el
comunicado, afirmaban que "los militantes del Peronismo Montonero" ya no
estaban más "dispuestos a ser sacrificados por una política 'putchista'
y aventurera" que perseguía "únicamente mejorar las condiciones de una negociación ya entablada",
insinuando la connivencia con la dictadura. Algo que, en el marco de la
Contraofensiva Montonera -que esta ruptura lamentablemente sólo pudo
demorar unos meses- no necesita demostración: la casi
totalidad de los militantes enviados al país por la Conducción de
Firmenich y Perdía fueron capturados, desaparecidos y asesinados;
algunos no llegaron siquiera a ingresar al país, ya que los militares
contaban con la complicidad de las dictaduras vecinas. "La seguridad del éxito" de Firmenich se midió en 80 militantes más asesinados por la dictadura.
Pero
en aquel febrero de 1979, la combinación de la capacidad organizativa,
el activismo y el carisma de Galimberti, con la celebridad literaria y
política de Juan Gelman, hizo posible, en primer lugar, el reclutamiento de varios cuadros de primer nivel de la organización para esta ruptura y, en segundo lugar, le dio al acontecimiento una repercusión mundial que de otro modo no hubiese tenido.
De hecho, la primicia de la escisión la dio el diario Le Monde, mientras que en el país, censura de prensa mediante, sólo se publicó un pequeño recuadro en algún medio.
La reacción de la cúpula montonera fue coherente con el sesgo militarista y policial que ya la impregnaba: los
disidentes fueron tildados de desertores y traidores y sus nombres
legales y números de documento fueron publicados por la organización en
una actitud delatora que, en tiempos de la dictadura, equivalía
a una condena a muerte. Galimberti y Gelman aparte, la mayoría de ellos
no eran conocidos por sus verdaderos nombres.
El drama de "romper" con la organización
En el libro Montoneros: la buena historia, José Amorín
llama "iglesia" a la organización. No es una humorada: intenta
transmitir la esencia del compromiso que implicaba en aquellos años
sumarse a esas "formaciones especiales" que exigían una entrega absoluta
y de tiempo completo.
Romper con la organización era casi una herejía; el que se iba cargaba con el sentimiento de culpa, por los demás compañeros, por los presos y por los muertos. Romper era sacrílego.
La
escisión además tuvo que ser planeada en el mayor de los secretos. Era
impensable formular ese tipo de críticas en ámbitos que tenían un
funcionamiento autoritario, leninista. El que las hacía era tildado de derrotista y se volvía inmediatamente sospechoso.
Vale
recordar además que a la ruptura del 79 se sumaron dos cuadros del
riñón de la conducción, no tanto por su grado como por su función: los asistentes de Roberto Perdía y de Raúl Yager. La sorpresa era indispensable.
Del
mismo modo que había recorrido las diferentes ciudades donde había
integrantes de la organización exiliados para convencerlos de regresar
al país en el marco de una política "movimientista", superadora del
aparatismo militarista que había llevado a Montoneros al borde del
exterminio, así recorrió Galimberti el espinel para advertirlos de las delirantes intenciones de la conducción,
de que ninguna de las críticas y propuestas superadoras de Walsh habían
sido realmente aceptadas y de que la llamada Contraofensiva no era más
que una operación suicida.
Logró
convencer a varios pero no a todos. Algunos se sumaron a la
contraofensiva con la intención de romper dentro del país porque
pensaban que eso tendría más legitimidad. Pero no todos pudieron hacerlo
ya que pocos sobrevivieron. Otros exiliados rompieron después de la
contraofensiva, cuando se confirmaron -lamentablemente con sangre- las
advertencias de Gelman y Galimberti.
Esa historia está contada en detalle en el libro Fuimos soldados, de Marcelo Larraquy,
que reconstruye las dos oleadas de la Contraofensiva montonera, porque a
la conducción no le bastó con una: siguió reclutando cuadros y
enviándolos al país a una muerte segura.
El ocultamiento de la responsabilidad de la cúpula montonera
La llamada política de derechos humanos kirchnerista habilitó una simplificación del relato sobre los años de la dictadura, disimulando la responsabilidad de la cúpula montonera, no sólo en el exterminio de sus propios cuadros
sino también en la sucesión de provocaciones -asesinato de Rucci, pase a
la clandestinidad, asalto al cuartel de Formosa, entre otros- cometidas
en democracia, que pavimentaron el camino hacia el golpe de Estado.
En
un documento escrito un tiempo después, que ampliaba las críticas
adelantadas en el comunicado del 22 de febrero, el grupo de Galimberti y
Gelman, en referencia a la delación de la que habían sido objeto y, más
en general, a la persistente tendencia de la organización de regalar la
vida de sus cuadros, apuntaba a la responsabilidad de la conducción y "a la política del gatillo ágil (sic) con la que Firmenich pretende construir su hegemonía, convirtiéndose por su impotencia en la contrafigura tragicómica de Videla, con el cual coincide en uno de los objetivos más deseados: asesinar al peronismo montonero en algunas de sus figuras más representativas".
Gelman
y Galimberti ya han fallecido (en 2014 y 2002, respectivamente), pero
su gesto debe ser apreciado en este contexto: no fue una decisión
sencilla ni, como vimos, sin riesgo. Y fue importante en sus
consecuencias: permitió a muchos militantes correr el velo de lo que
realmente estaba pasando en una organización que aprovechaba la
persecución del enemigo para caer en el secretismo, la arbitrariedad y
el autoritarismo; y legitimó las diferencias políticas que muchos ya tenían con la política de la conducción pero no se animaban a sistematizar.
En
los años posteriores, cada uno siguió diferentes caminos. Algunos
dieron interesantes testimonios políticos. Lo importante es que nadie
renuncie al aporte a la verdad histórica, para desmontar la leyenda dorada que se ha fabricado en los últimos años sobre los Montoneros y otros grupos guerrilleros.
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