sería para Macri el peor comienzo posible del año en que se decidirá si se queda o se va.








17 de febrero de 2019  
Sin Cristina Kirchner las elecciones serían un camino más arduo para Mauricio Macri, pero con ella le es más farragoso el gobierno del país. La economía está expectante ahora de las encuestas y lo estará más en la medida en que avance el año electoral. La posibilidad de un regreso al poder de la expresidenta podría, más cerca de las primarias de agosto, disparar el dólar y hacer caer el valor de los bonos y las acciones argentinas. La centralidad de ella se respalda en las encuestas; está apenas por debajo de Macri en todas las mediciones. El Presidente ganaría un eventual ballottage, según las encuestas serias, pero por solo cuatro o seis puntos.
¿Qué sucede con una parte importante de la sociedad argentina (el 30 por ciento, al menos), que es impermeable a las denuncias de corrupción contra Cristina y a las confesiones que la inculpan de quienes formaron parte de su círculo más íntimo?
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Esa pregunta sobrevuela la reflexión constante del análisis político y de la sociología. La primera respuesta es que no hay respuesta cierta. Un caso muy parecido sucedió con el expresidente Lula en Brasil. Ya preso por hechos de corrupción, Lula conservó el liderazgo de las encuestas entre los que se le oponían al actual presidente, Jair Bolsonaro. También es cierto que en ambos casos la corrupción de sus gobiernos les colocó a esos líderes (Cristina y Lula) un techo electoral muy bajo. Aun si Lula hubiera sido candidato a presidente, es probable que el presidente de Brasil fuera Bolsonaro, porque en ese país también existe el sistema de segunda vuelta. Los dos expresidentes tienen la mayor cantidad de respaldo electoral en los sectores más pobres de la sociedad, los que dicen haber vivido un momento mejor durante sus mandatos. En el caso argentino, el momento mejor existió, si es que existió, a cambio de canjear el futuro por el presente. Una hipoteca que el Estado todavía no terminó de pagar.
Cristina confía en que ese electorado la llevará de nuevo al poder y podrá, así, esquivar las consecuencias judiciales de los actos corruptos de su gobierno y de ella misma. El único que tiene una fe ciega en que Cristina no se presentará es Sergio Massa. Por eso, elude confrontar con ella o excluirla de su proyecto. Aspira a hacerse de sus votantes. Massa suele confundir sus conveniencias con la realidad. Ya en 2013, aseguraba que Cristina no volvería luego de la operación en el cráneo. En ese momento, después de que él le ganara en la provincia de Buenos Aires, Massa habría sido presidente si se hubieran adelantado las elecciones, como él aseguraba que sucedería. Las decisiones políticas tomadas sobre falsas certezas conducen inevitablemente al error.
En ese contexto, Macri imagina no solo el proceso electoral, sino también lo que seguiría en un eventual segundo mandato suyo. Como ningún partido tendrá mayoría electoral, las negociaciones y los acuerdos serán necesarios antes incluso del ballottage, si el Presidente no ganara en primera vuelta. Esa victoria en la primera ronda no está prevista, hoy por hoy, en ninguna encuesta. ¿Incluirían al peronismo esas negociaciones y acuerdos? Desde ya que sí. Macri cree en la intimidad que el peronismo será entonces más generoso porque él ya no tendrá posibilidad de una reelección. Ese poder a plazo fijo le permitiría al Presidente hacer las reformas estructurales del país y dejarlo a este definitivamente ordenado para el presidente que lo sucederá en 2023. Hay reformas previstas que no podrán salir nunca sin un amplio acuerdo con la oposición. Por ejemplo, la reforma laboral, la reforma previsional o la apertura de la economía al comercio internacional. La Argentina ha elegido moverse para abrir su economía en el marco del Mercosur, pero esos cambios deberán hacerse mediante acuerdos y tratados que necesitarán la aprobación del Congreso.
En un mundo que debate los efectos de la robotización en la producción, sindicatos y empresarios argentinos prefieren discutir la economía como era hace 50 años. La reforma laboral del primer mandato de Macri la tumbó no una oposición sólida y unificada de los sindicatos (de hecho, el proyecto fue aprobado por los tres secretarios generales de la CGT), sino una simple declaración de un dirigente áspero e imprevisible, Pablo Moyano. El hijo mayor de Hugo Moyano declaró entonces que esa reforma laboral era "otra Banelco". Basta. Los senadores frenaron en seco cualquier tratamiento del proyecto, porque recordaron la generación decapitada de senadores peronistas en el caso por los sobornos del Senado en el año 2000. El sistema previsional argentino es insostenible en el tiempo. ¿Qué se hará? ¿Seguirá habiendo jubilados que no aportaron? ¿Cómo harán para pasar a los que viven en la informalidad al sistema formal?
El primer problema que tendrá Macri es que en ese eventual segundo mandato no estarán en el Congreso Emilio Monzó, actual presidente de la Cámara de Diputados, ni Miguel Pichetto, actual jefe del bloque de peronistas no kirchnerista. Aunque no lo dice, Monzó ya tiene todo arreglado para trasladarse a Madrid como embajador de Macri después del próximo diciembre. Pichetto cumplirá en diciembre su actual mandato como senador. Nadie descarta que sea candidato a senador por su provincia, Río Negro, en una amplia coalición liderada por el actual gobernador, Alberto Weretilneck, que no es macrista ni kirchnerista, pero lo cierto es que Pichetto es por ahora candidato a presidente de la Nación. Monzó y Pichetto son figuras claves para asegurar la gobernabilidad de Macri. Sin ellos, la política hubiera sido mucho más intolerante y crispada en los años del primer mandato del Presidente.
En un proceso electoral en el que al Gobierno no le sobra nada, y con esos desafíos para un eventual segundo mandato, el candidato a vicepresidente de Macri será crucial. Necesitará un compañero de fórmula que lo ayude a ganar y, además, que le garantice luego una buena muñeca política para negociar en el Congreso en el supuesto tramo final de la experiencia Macri. La candidata más mentada para ese cargo es la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. Ella encarna sin complejos la nueva marea de la sociedad mundial, que reclama seguridad. Cuando a Bullrich le dicen que ella es el Bolsonaro argentino, la ministra responde que no es así, que Bolsonaro la copió a ella. No tiene falsos pruritos. Otro candidato podría ser el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, también con muy buenas mediciones en las encuestas. Sería una figura para cerrar las cicatrices internas de la coalición gobernante y un mensaje implícito de que comenzaría un tiempo de negociaciones y acuerdos. Frigerio avanzó ya hasta donde lo dejaron: hizo importantes acuerdos con el peronismo, incluidos pactos electorales, en las provincias. Pero el proceso no avanzó en el escenario nacional. Lo que nadie sabe es si Frigerio elegirá las naturales sombras que envuelven al vicepresidente o preferirá quedarse en la vidriera más deslumbrante de su actual ministerio. No hay, por ahora, muchos más. Pero hay algo seguro en la elección del candidato a vicepresidente: Macri elegirá entre los suyos, entre los que están en el núcleo más cercano a su liderazgo. Ahí no entra el presidente del radicalismo, Alfredo Cornejo, eterno autoproclamado candidato a ese cargo.
A Macri lo espera un desafío más próximo: la elección del próximo gobernador de Neuquén, donde está gran parte de Vaca Muerta, que se realizará dentro de menos de un mes, el 10 de marzo. Un candidato kirchnerista, Ramón Rioseco, está primero en las encuestas con el 24% de intención de votos. Lo siguen, empatados con el 22, el actual gobernador, el sapagista Omar Gutiérrez, y Horacio "Pechi" Quiroga, intendente de la ciudad de Neuquén, por Cambiemos. Un cuarto candidato, el exgobernador Jorge Sobisch, que abandonó el sapagismo, tiene entre 7 y 9 puntos de intención de votos. Hay gestiones políticas y empresariales para convencer a Sobisch de que baje su candidatura, que no llegará a nada y puede complicar todo. Si el kirchnerismo terminara gobernando Vaca Muerta, donde están las inversiones más importantes de los últimos tres años, sería para Macri el peor comienzo posible del año en que se decidirá si se queda o se va.



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