Un viaje explosivo
Lousteau y Monzó fueron invitados incómodos del Presidente. Desafíos e
interna con Peña.
por Roberto García
Emilio Monzó Foto: DIBUJO: PABLO TEMES
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Espejos invertidos de Macri
Odio inspirador
Dos de los viajeros en la última comitiva de Macri, propios, pero
disidentes, le arruinaron el periplo por India, Vietnam y Abu Dhabi. Y
el mandatario los había invitado con la pretensión de resolver afuera lo
que no puede solucionar adentro, mitigando la ira de ambos con sus
laderos más queridos.
Sucedió lo imprevisto: uno, Lousteau subió al avión como enemigo de
Rodríguez Larreta y volvió como enemigo de Macri y, el otro, Monzó, a
partir de un cortocircuito evidente, descubrió en el vuelo que sus
disturbios políticos y electorales con Peña y Duran Barba eran cables
pelados con el mismo presidente. Como si antes no lo hubiera querido
ver. Y si la distancia es el olvido, en estos casos el bolero no
funcionó, tampoco el propósito conciliador.
Sorprendió otra presencia en el viaje: dos párvulas invitadas, la hija
de Macri con Juliana y la del matrimonio anterior de Awada, quienes
atravesaron inadvertidas el escáner de la celosa oposición,
habitualmente inflamada ante detalles objetables. No hubo críticas, sea
por respeto a la infancia o a la conocida inclinación de la pareja por
la armonía de religiosidad oriental. O, quizás, ese olvido se deba a la
costumbre de servir al matrimonio Kirchner que, entre otros menesteres
impúdicos y dieciochescos, se hacía trasladar los diarios en aviones del
Estado de Buenos Aires a Santa Cruz, cuando en la provincia sureña
además podían leerlos con anticipación y sin costos por medios más
modernos.
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Caprichos. Raro que alguien como Macri, además, arrancado del sector
privado, incurriera en ese desliz con sus vástagos, ya que en general
los empresarios no suelen llevar a sus hijos al trabajo, menos cuando
están trabajando y, mucho menos, cuando se dedican a emprendimientos
significativos o extraordinarios como el que el Gobierno le asignó a la
última gira asiática. Salvo que el ingeniero, claro, considere una
habitualidad la excepción que él disponía en el colegio Cardenal
Newman, cuando su padre obtenía permisos especiales para llevarlo de
viaje –privilegios que lo enemistaban luego con diversos compañeros, a
quienes les imputó el cargo de que le hicieran bullying– sea por la
capacidad seductora de Franco o la generosidad de su billetera para
colaborar con los curas en proyectos educacionales o deportivos (junto
al padre de Nicki Caputo, por ejemplo, fue uno de los principales
aportantes para uno de esos desarrollos).
Nimiedades, para muchos, la disyuntiva moral de que los funcionarios
sirven al Estado o el Estado les sirve a los que lo detentan.
Con sus dos invitados díscolos de la política, Macri imaginó cordiales
diálogos. Tal vez con Lousteau, comentar la evolución chismográfica
sobre el drama de su primo, el influyente diplomático Laje, cuyo hijo
alcanzó fama reciente como motochorro junto a otro golfo. Laje, quien
ascendió en la escala merced a Lousteau embajador en EE.UU., actuó de
enlace muchas veces con Elisa Carrió –parte de su círculo áulico– para
evitarle desavenencias, en especial logró zona liberada para que ella no
hable de personajes que odia y rodean al ahora precandidato radical.
Hasta lo bautizó simpáticamente “rulitos”, parte de la esclavitud con
sus sentidos, casi una observación prepotente del machismo, como
Cristina cuando eligió a Boudou vicepresidente.
Explotó el forúnculo Lousteau en pleno viaje, al desafiar al Presidente
con una interna, anticipo que estaba anunciado: nadie recorre el
interior si piensa presentarse solo en Capital, distrito para el cual
nunca ofreció un libreto adecuado. Como distribuidor de regalías, el
Gobierno pensaba conformarlo con una diputación o senaduría porteñas,
justo a quien cree haber nacido para regentear varios reinos. Ya había
sido un grano insolente para Macri cuando lo bendijo con la Embajada en
Washington.
El nuevo episodio adquirió envergadura justo después de que un hombre de
Macri perdiera contra los radicales en la interna pampeana, a la que le
han otorgado dimensión y simbología nacional aunque solo votaron unas
20 mil almas (como si hubiera que darle importancia bonaerense a la
interna entre Alfonsín y el vicegobernador Salvador, en Ezeiza, donde
fueron a las urnas 400 personas). Y le concedió galladura a los reclamos
partidarios desde que Cornejo en Mendoza y Morales en Jujuy se negaron a
compartir suerte con el mandatario en octubre –como si fuera un
elemento tóxico– y anticiparon elecciones en esas provincias. Una forma
explosiva de diferenciarse en la coalición, que el PRO señala como
traición y que los radicales explican con imaginativa justificación, tan
vasto ese ejercicio que algunos piensan que es su propia naturaleza.
Finalmente hay antecedentes no atendidos: hasta contribuyeron a voltear
en su momento a un hombre de su partido, De la Rúa, ya que no solo
Duhalde y un intendente montaraz provocaron la caída. Singularmente,
todavía muchos de esos dirigentes empuñan ese genoma disolvente y hasta
asombró que Ernesto Sanz, no precisamente un aliado de Lousteau &
Cía, ha reclamado internas como el economista.
Unidos por el espanto. Un solo fundamento los reúne: la aversión a Peña.
Ese hartazgo con el jefe de Gabinete, en la rebeldía de Monzó,
determinó una colisión que al parecer tampoco se zanjó en el viaje. El
titular de la Cámara de Diputados, junto a su álter ego, Nicolás Massot,
decidió abrirse del Gobierno hace varios meses por no compartir la
hegemonía exclusiva del PRO para los comicios y soslayar cualquier tipo
de alianzas. Anunció que iba a evitar integrarse en listas legislativas
y, también, abandonar sus funciones en esta etapa del Congreso.
Hasta pensó en la conveniencia de instalarse en el exterior en esta
etapa del período preelectoral, creyendo que podría suplantar a Puerta
en España –el embajador que más seguido frecuenta la Casa Rosada– ya que
este se empapaba como pocos en participar del ordenamiento peronista,
molesto porque su partido vía el ex gobernador Gioja se había alquilado
para rendirse a otro partido, el cristinista de Unidad Ciudadana. Se
supone que Monzó, en el viaje, reclamaba un ukase para su deserción,
ipso facto, pero Macri se dispuso a convencerlo como imprescindible en
su equipo invocando, además, la provisionalidad de nombrar a un
embajador político por apenas seis meses de duración. Lousteau ya jugó,
quizás falte el movimiento de Monzó en el regreso.
Roberto García
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(Fuente www.perfil.com).
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