Conocé a las mujeres que salvan a los cóndores de la extinción
Un grupo de mujeres ambientalistas procura salvar al cóndor de
la extinción. Las muertes de estas aves, que van en aumento, nos
advierten sobre los riesgos de los plaguicidas presentes en los
alimentos que comemos a diario.
En ese sector escondido camuflado y protegido por incontable cantidad de plantas que crean una atmósfera relajante y tranquila, funciona el Pcca, el Programa de conservación cóndor andino: el ave sagrada para Latinoamérica. La iniciativa no es nueva, ya lleva funcionando más de dos décadas, pero el deterioro acelerado que sufrió el medio ambiente en los últimos años hizo más que necesario multiplicar el trabajo y sumar más voluntarias decididas a dar batalla con sus profesiones y también entrega de gran parte de sus vidas personales.
Las estadísticas lo dicen todo. Se estima que a lo largo de toda la cordillera de los andes existen tan sólo 6700 cóndores. En Venezuela y en Colombia ya están extintos y en argentina está en vías de desaparecer si las legislaciones necesarias para resguardarlos siguen ausentes.
Los pueblos originarios consideraban al cóndor el ave regente porque todo en él es simbólico. Creían que era el emisario para llevar las plegarias a los dioses y todo lo que le sucedía contenía un mensaje trascendente para el mundo.
“Del mismo modo que los cóndores están muriendo envenenados, lo estamos haciendo nosotros con los alimentos que comemos a diario. No es casual que haya tantos niños enfermos con patologías antes nunca vistas”, lanza con desesperación Vanesa astore, bióloga y Directora ejecutiva del programa que rehabilita cóndores con técnicas minuciosas, sin contacto humano (ni visual ni auditivo) para que puedan volver a la naturaleza.
Vanesa relaciona concretamente a las causas de muerte de las majestuosas aves con nuestra salud: tan sólo el 5% se produce por motivos naturales y el 95 restante por cuestiones antrópicas, es decir generadas por el hombre, como cableados eléctricos, caza furtiva y, lo peor de todo, por el consumo de animales muertos envenenados.
Otra bióloga del equipo, rayén estrada completa la idea. “Los ganaderos, al ver atacado el ganado por pumas, zorros o perros asilvestrados que afectan sus intereses utilizan cebos con altas dosis de venenos. Muchos de esos se venden libremente, inclusive algunos como el carbofurano está prohibido en casi todo el mundo, menos en argentina. Lo más alarmante es que esos plaguicidas son los mismos que se usan para las plantaciones, es decir para la producción de todo lo que forma la canasta básica de los argentinos: frutas, verduras y alimento que se le da al ganado”, asegura.
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